viernes, 29 de julio de 2016

Cartas a un joven poeta (fragmento) - Rainer María Rilke

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “Si debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida.

viernes, 22 de julio de 2016

Música para escribir: Gabrielle Aplin - The Power of Love

viernes, 15 de julio de 2016

Descubriendo a Forrester (2000)

Descubriendo a Forrester es una de mis películas preferidas, quizá porque llegué a ella en una época en la que, como el protagonista, trataba de descubrir qué quería hacer con mi vida y si mi afán de ordenar palabras y convertirlas en frases tendría alguna relevancia en ella. Sean Connery es William Forrester, un escritor que vive recluido décadas después de publicar un único libro que le convirtió en leyenda. Jamal es un joven de barrio humilde al que ofrecen una beca en un prestigioso colegio de Nueva York, en parte por sus notas y en parte por su habilidad para el baloncesto. Tras conocerse de forma fortuita, ambos lograrán que la vida del otro cambie de forma inesperada.

Como toda buena historia, esta película nos habla a varios niveles. Para los  escritores, contiene algunos de los mejores consejos que se pueden dar, empezando por una frase que se me quedo grabada: "Escribe tu primer borrador con el corazón, reescríbelo con la cabeza. La primera clave de la escritura es... escribir, no pensar." Otra revelación llega al descubrir que Forrester, a pesar de sus años como ermitaño, no ha dejado de escribir y guarda sus trabajos en una interminable hilera de archivadores. Sigue haciéndolo, sin necesitar de un público que le adule, porque ama las palabras. Jamal, por su parte no se resigna a lo que le ofrece su entorno y recurre a ellas como vía de escape. Es imposible no empatizar con personajes así.

Seamos adultos desencantados o adolescentes que comienzan a enfrentarse al mundo, Descubriendo a Forrester tiene algo para todos y cada uno de nosotros. Nos habla de la importancia de ser fiel a uno mismo, de perseguir los sueños y no rendirse. De sentirse solo y desubicado en un mundo que sentimos ajeno. De la posibilidad de encontrar amistad y comprensión en los lugares más insospechados. En el fondo viene a decirnos que la vida será dura y a menudo incomprensible, pero que está en nuestra mano luchar para sobrellevarla, en este caso usando la literatura -o cualquier vocación que nos llene- como herramienta para lograrlo.

Resumiendo, si no la habéis visto, estáis tardando.


viernes, 8 de julio de 2016

El reto de llegar a las 1.500 palabras diarias

Si algo me enseñó el Nanowrimo del año pasado fue que cuando uno tiene un objetivo claro y está decidido, puede hacer cosas inimaginables. Para quienes no lo conozcan, Nanowrimo es el nombre que recibe el National Novel Writing Month, un proyecto que reta a sus participantes a escribir una novela de 50.000 palabras durante el mes de noviembre. La de 2015 fue su edición número 16 y la primera en la que participé. Puedo decir que no sólo logré mi objetivo sino que supuso un cambio revolucionario en mi manera de entender la escritura.

Antes de noviembre del año pasado me podía considerar afortunado si escribía 500 palabras al día. Lo normal era que pelease con las hojas en blanco, escribiese, borrase y volviese a escribir sin acabar nunca satisfecho con el resultado. A menudo desechaba mi trabajo al cabo de unos días o directamente abandonaba los relatos, frustrado. Después de años siguiendo esta rutina casi había llegado a considerarlo parte natural del proceso. Disfrutaba con lo que hacía pero la lucha era constante y las alegrías, pocas. En el fondo sabía que era capaz de algo más, pero no lograba descubrir cuál era el problema.

Con todo esto en mente, resulta extraño que me apuntase al Nanowrimo porque, seamos realistas, ¿50.000 palabras en un mes? Eso da un saldo de más de 1.500 palabras al día, el triple de mi producción habitual. ¿De dónde sacaría el tiempo y la motivación? Sin pensarlo demasiado, me suscribí y ya estaba en ello.

Mi primer descubrimiento fue que en cuanto el único objetivo es escribir, nada impide hacerlo. Quería demostrarme a mí mismo que podía terminar la novela en un mes y me concentré, olvidando las dudas que antes me asaltaban. No pensaba en los futuros lectores ni en lograr la frase perfecta. No tenía más expectativas que llegar al final del día con el recuento de palabras siempre en ascenso.

Se podría pensar que ahí está el truco: si uno escribe cualquier cosa es normal poder llegar no sólo a 1.500 sino a 10.000 palabras. Pero mi intención no era sacrificar la calidad o rellenar páginas de frases sin sentido. Tenía clara la historia que quería contar, un relato que me obsesionaba desde hacía meses, y me ceñía a ello. Muchos de los personajes y situaciones ya estaban rondando por mi cabeza, lo que fue de gran ayuda. Me había allanado el camino sin ser consciente de ello.

Otra cosa que me repetía era que ya habría tiempo para repasar y reescribir todo lo necesario cuando acabase ese mes. Al fin y al cabo, el reto era sólo llegar a las 50.000 palabras, nada más. Los propios organizadores recomendaban tomarse el resultado como un primer borrador que pulir más adelante. De esa forma, si me asaltaban mis inseguridades o pensaba que no estaba dando con las expresiones correctas, podía decirme a mí mismo que ya lo arreglaría.

Así pasaron los días y las páginas fueron acumulándose. Me puse un horario fijo de escritura y no me permití saltármelo. Llegó la última semana de noviembre y para mi sorpresa la meta estaba a mi alcance sin tantos sufrimientos como había vaticinado. El último día el contador de mi procesador de textos me dio la feliz noticia. ¡Lo había conseguido!

Al margen del logro en sí mismo, lo que me produjo una inmensa alegría fue descubrir que era capaz de llegar hasta allí. A partir de ese momento, sólo tendría que aplicar la misma fórmula a cualquiera de mis proyectos. Pero... ¿cuál era el secreto? Después de analizar lo que había pasado lo reduje a los siguientes puntos:
  • Plantearnos los objetivos como retos: poner una fecha límite, establecer un horario o un número de palabras que cumplir cada día. El primer pensamiento será ¿en serio? Pero tener una meta y cumplirla produce satisfacción. Las pequeñas victorias diarias animan a continuar.
  • Hacer los preparativos necesarios antes de empezar: investigar, documentarse, preparar fichas de personajes, nombres y lugares de antemano evitará que rompamos el ritmo de escritura, además de estimular nuestra imaginación.
  • Olvidar las expectativas: ser consciente de que la perfección no es necesaria en el primer borrador. Además, nadie tiene tiene por qué leer nada nuestro si no queremos. Aprovechemos esa libertad total.
  • Conocer nuestra historia y concentrarnos en contarla: en el fondo se trata de transmitir una idea, usando cualquier medio que tengamos a mano. Si la palabra adecuada no viene a nuestra cabeza, cualquier otra que transmita lo que queremos servirá. Cuando hayamos terminado ya habrá tiempo de repasar y reescribir hasta quedar satisfechos.
Unas reglas tan simples y obvias que me costó asumirlas y aplicarlas. Pero puedo asegurar que a mí al menos me funcionan. Hay una más, que me gusta especialmente, aunque es más un dicho que cualquier escritor debería grabarse a fuego: noventa páginas malas son mejores que ninguna página.


Otros artículos interesantes sobre este mismo tema, por si queréis seguir indagando:
Cómo pasé de escribir 2000 palabras al día a 10000 palabras al día (Ana Katzen)
George R.R. Martin Asks Stephen King 'How the F**k Do You Write So Fast?!' (geektyrant)
The Daily Word Counts of 39 Famous Authors (Writers Write)


miércoles, 6 de julio de 2016

Música para escribir: Close ft. Tove Lo - Nick Jonas

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